Eran tiempos de la Colonia en los cuales la pobre iluminación de los faroles creaba tintineantes sombras fantasmales en cada rincón, asustando a los transeúntes, que a falta de transporte público se veían obligados a caminar largos tramos en horas poco adecuadas. En aquellos tiempos la obscuridad completa llegaba a 6 o 7 de la noche, entonces la gente se refugiaba en sus casas y salían solamente por necesidad u osadía, pues trataban de evitar un encuentro con los hambrientos espectros que poblaban las calles haciéndolas suyas y convirtiéndolas en escenarios de sus travesuras demoniacas. Los templos, a pesar de considerarse la casa de Dios, eran sitios especialmente temidos, pues por las noches se veían vagar por el claustro sombras fantasmales que podía o no ser las causantes de extraños ruidos los cuales agregaban una densidad tenebrosa al ambiente. Eran más las historias de espantos y aparecidos que situaciones de milagros o dicha las que se contaban sobre estos sitios.