Eran tiempos de la Colonia en los
cuales la pobre iluminación de los faroles creaba tintineantes sombras
fantasmales en cada rincón, asustando a los transeúntes, que a falta de
transporte público se veían obligados a caminar largos tramos en horas poco adecuadas.
En aquellos tiempos la obscuridad
completa llegaba a 6 o 7 de la noche, entonces la gente se refugiaba en sus
casas y salían solamente por necesidad u osadía, pues trataban de evitar un
encuentro con los hambrientos espectros que poblaban las calles haciéndolas
suyas y convirtiéndolas en escenarios de sus travesuras demoniacas.
Los templos, a pesar de
considerarse la casa de Dios, eran sitios especialmente temidos, pues por las
noches se veían vagar por el claustro sombras fantasmales que podía o no ser
las causantes de extraños ruidos los cuales agregaban una densidad tenebrosa al
ambiente.
Eran más las historias de
espantos y aparecidos que situaciones de milagros o dicha las que se contaban
sobre estos sitios.
En uno de estos templos, un Sacerdote
recién llegado, hacía en solitario las diligencias de su mudanza a pesar del
clima caluroso.
Pasadas un par de horas el
cansancio le vencía, así que la idea de tomar un respiro no le venía mal.
Cruzó el patio hasta llegar a una
escalera de caracol que llevaba al campanario, en su caminata pudo sentir una
enorme calma en el jardín, acompañada por el melodioso canto de un tecolote.
Antes de subir, quiso disfrutar
un poco una repentina brisa fresca que soplaba de norte a sur y cerró los ojos
al encontrarse envuelto en ella.
A punto estaba de llegar a la paz
interna, cuando un lastimero sonido interrumpió su deleite, obligándole a abrir
los ojos de inmediato para tratar de distinguir entre aquella profunda
oscuridad la fuente de aquel extraño sonido.
Por más que intentaba enfocar y
encontrar claridad que le ayudara a escudriñar entre los arbustos, no lo
conseguía, la vela que llevaba en sus manos se había apagado, así que valió más
afinar el oído, poniendo atención a aquel quejido, se abrió paso a tientas
entre las ramas del patio, tras dar unos cuantos pasos, dejó de sentir las
hojas en sus manos, lo que estaba tocando en esos momentos, parecía una tela,
vieja y desgastada, uso amabas manos para seguir investigando, pero mucho
tiempo no tuvo para esto, ya que una tenue luz empezó a darle imagen de lo que
estaba frente a él.
Se trataba de una persona, que
llevaba habito, el cual no pudo seguir sujetando entre sus manos al distinguir
que la figura en cuestión no era más que un cuerpo.
! Le faltaba la cabeza!
En ese momento, el Padrecito
emitió un grito aún más escalofriante que la horrorosa aparición, y el alma se
le salió del cuerpo por un momento.
Cuando el Sacerdote finalmente
pudo reaccionar, se echó a correr sin rumbo fijo ni dirección, solo quería
alejarse de aquel monje decapitado, que flotaba detrás de él, gimiendo,
llorando, suplicando a gritos que le ayudará a encontrar su cabeza.