Tecate
es una ciudad de Baja California, ubicada al final de una peligrosa carretera
conocida como “La Rumorosa”. Alrededor de 1910, en épocas de la Revolución,
vivía ahí un matrimonio muy pacifico y trabajador. Era una pareja sin hijos. El
hombre cultivaba las tierras y su esposa se encargaba del cuidado de la casa.
En aquella época no había mucha gente en los alrededores.
Un
día aparecieron unos hombres que llevaban varias horas caminando bajo el sol
ardiente. Muy cansados y sedientos, vieron al hombre que trabajaba en sus
cultivos y con total educación le pidieron un poco de agua. El campesino se
había bebido ya hasta el último trago, pero pensando en el mal rato que venían
pasando aquellos forasteros, los invitó hasta su casa para darles agua del
pozo.
Allí
su esposa los recibió y ellos la saludaron quitándose el sombrero, bebieron
toda el agua que pudieron, comieron como náufragos y conversaron larga y
amenamente. Comenzaba a anochecer y no daban muestras de querer marcharse así
que los amables anfitriones les prepararon un lugar para dormir. Pasadas las
horas un grito rasgó el silencio de la madrugada, un grito que a lo lejos retumbaba
avisando la proximidad de la muerte en los alrededores.
No
se sabe que ocurrió a ciencia cierta, pero se dice que los extraños eran unos
sangrientos delincuentes que intentaron robar al amable hombre, Aquellos
extraños con corazón de piedra, aparentemente disfrutaban con el sufrimiento de
todas aquellas víctimas que torturaban sin remordimiento. Pues liquidaron al
hombre con una crueldad que nunca habían visto los habitantes de esa zona: lo
amarraron con cadenas, le quitaron los ojos, lo echaron al pozo y luego le
arrojaron piedras encima para cubrir su cuerpo ahogado. De su esposa y de los
asaltantes nunca se supo nada.
Hay
quienes cuentan por las noches del pozo salen ruidos de cadenas, gemidos de
llanto e incluso escalofriantes alaridos de desesperación. Aseguran que pena en
busca de su esposa desaparecida y de los malditos que la asesinaron, por las
mañanas se pueden ver con claridad las huellas de sus pies encadenados. Al
estar cerca se escucha con claridad el sonido de las piedras chocando contra el
agua del pozo. Y hay ciertos desafortunados que cuando han pasado cerca del
pozo en la madrugada, han escuchado burbujas, como si alguien se ahogara. Otros
pocos, con actitud de valientes, que se han atrevido a mirar adentro del pozo,
han visto un rostro grande, de un espectral azul blanquecino, gritando con los
ojos inundados de angustia; y ascendiendo, ascendiendo como para querer
contactar con el asustado visitante.
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