Un
experimentado explorador británico, estaba muy feliz al volver a su patria,
pues entre sus varios descubrimientos sobresalía un gran sarcófago, el cual
aparentemente pertenecía a una joven princesa.
Se
realizó una conferencia de prensa en el museo de historia y el arqueólogo
expuso los incidentes que le sucedieron durante su viaje a tierras africanas.
–
Esta es una actividad riesgosa, ya que puedes contraer enfermedades extraña. No
obstante, no cambiaría mi trabajo por nada. Lo que más me agrada de estas actividades
es que las personas pueden aprender un poco más sobre el pasado de la
humanidad. Expresó.
Antes
de que el coloquio concluyera, uno de los reporteros se levantó de su asiento y
mirándolo fijamente a los ojos exclamó:
–
¿No tiene miedo de las maldiciones egipcias?
–
Maldiciones dices. Eso sólo se ve reflejado en leyendas antiguas. La realidad
es que las piezas que recolectamos, no poseen ninguna clase de poderes
místicos. Si fuera así, yo ya estaría muerto. Es más, dentro de este sarcófago
hay una momia, pero no tenemos contemplado exhumar el cadáver dado que el ataúd
permanece perfectamente sellado. Le recordamos al agente de la prensa que la
exposición estará abierta al público en una semana. Mientras tanto mi equipo y
yo permaneceremos aquí, para el acomodo y revisión de las cosas que se van a
exponer. Dijo el explorador entre carcajadas.
Dos
días más tarde, varios de los ayudantes que pernoctaban en el museo se dieron
cuenta de un fétido olor que provenía de la bodega en donde se almacenaba el nuevo
contenido egipcio.
El
jefe de la expedición fue llevado hasta allá, sólo para darse cuenta de que el
hedor provenía del sarcófago de la princesa:
–
Tenemos que sacar a la momia y enterrarla lo antes posible. Ésa será la única
forma de deshacernos de este terrible aroma.
Así
lo hicieron, tomaron los restos del cuerpo y los sepultaron en un panteón que
se encontraba a las afueras de la ciudad.
En
efecto, el olor desapareció a las pocas horas. Sin embargo, un sin número de
sucesos paranormales estaban a punto de ocurrir. A la noche siguiente, el
arqueólogo se levantó del sofá donde dormía, en el instante en el que empezó a
escuchar golpes en la puerta de la oficina.
–
¿Quién es? Dejen de estar jugando chicos, tenemos que descansar para poder
terminar con el acomodo de la expedición.
Cada
noche, los golpes eran más y más fuertes. A tal grado que el arqueólogo ya era
incapaz de conciliar el sueño, pues aunque no lo demostraba a sus compañeros,
por dentro se estaba muriendo de miedo.
Alterado
por los acontecimientos, caminó y se paró enfrente del sarcófago, con el
propósito de examinarlo a conciencia. Pasmado miró como la tapa de éste se
hallaba un poco movida.
Con
la ayuda de una palanca, logró mover el resto de la tapa únicamente para
encontrarse con que una mano de la momia continuaba allí. Velozmente, la sacó y
la enterró con las demás partes del cuerpo de la princesa egipcia.
De
esa manera, al fin cesaron los golpes y la exposición pudo llevarse a cabo sin
mayores inconvenientes.
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