Esta
leyenda de terror inicia en una noche de abril cuando Fernanda veía un juego de
fútbol al lado de su padre.
“Interrumpimos
esta transmisión para informarles que de acuerdo con la redacción de este canal
hace unas horas se escapó un enfermo del hospital psiquiátrico. Les
recomendamos no salir de sus casas, ya que este individuo es extremadamente
peligroso. Si tienen alguna información sobre su paradero, por favor
comuníquese a esta estación”.
–
Papá, tengo mucho miedo. Te pido que por favor esta noche no salgas a trabajar.
–
Hija, no puedo hacer eso, soy velador. Además en este mes ya he faltado dos
veces puesto tú te enfermaste la semana pasada. Si lo vuelvo hacer, es probable
que me corran y entonces tendrás que vivir con tu madre hasta que vuelva a
encontrar otro trabajo.
– No
papito no quiero irme con mamá. Comprendo lo que me dices, pero por favor ten
mucho cuidado.
– Sí
Fer, no te preocupes, cerraré la puerta incluso con la cadena. Sólo debes
prometerme una cosa… ¡Pase lo que pase, no te acerques a la puerta aunque oigas
sonar el timbre! ¿Me lo prometes?
–
Claro papi. ¿Pero qué pasa si hay un incendio?
– Ya
lo sabes, hay un duplicado de las llaves encima del refrigerador, pero
únicamente debes usarlo en caso de que ocurriera algún siniestro.
La
niña de 11 años le dio un beso de despedida a su papá y se dirigió a su
habitación a seguir viendo la televisión. Una vez más puso el canal de
noticias, en donde se enteró que el desquiciado del manicomio continuaba
suelto.
“Nos
informan que el maniático que se fugó esta tarde se le vio cerca de la calle de
los Robles”.
El
pavor invadió hasta lo más profundo del ser de Fernanda, ya que sabía que esa
calle se encontraba a unas cuantas cuadras de su domicilio. Apagó el televisor
y las luces para intentar dormir, pero no podía ni siquiera cerrar los ojos,
pues inmediatamente pensaba en situaciones horribles en las que aquel maniático
entraría a su casa y la asesinaría.
Cerca
de las 10 de la mañana el sonido del timbre la despertó. Transitó por el
pasillo que conducía a la alcoba de su padre y vio que éste no había llegado a
su hogar. Llegó hasta la puerta y con voz temerosa preguntó:
–
¿Quién es?
A
esta pregunta alguien con voz sombría y tétrica le respondió:
–
Soy yo hija abre pronto.
La
niña no hizo caso y volvió a su cuarto hasta que poco después escuchó las
sirenas de varias patrullas que aparcaban a las afueras de su domicilio.
Una
vez más se aproximó a la puerta y alcanzó a escuchar a uno de los gendarmes que
decía:
–
Métanlo en la camioneta y llévenlo de vuelta al hospital psiquiátrico. Trae una
sábana para tapar el cuerpo, no quiero que los fotógrafos vean cómo terminó este
pobre hombre.
Fernanda
fue a la cocina, jaló un banco y se subió en él para alcanzar el duplicado de
las llaves que estaban sobre la nevera.
Abrió
la puerta y lo único que pudo ver fueron un par de camillas. En una de ellas se
encontraba un hombre amarrado gritando incoherencias. Por otro lado, en la
camilla más próxima reposaba el cuerpo sin vida de un hombre. Supo que era su
padre, pues reconoció la esclava de oro que colgaba de aquel brazo lleno de
sangre.
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