La
Madre Magnolia era la encargada de administrar un antiguo orfanato perdido en
la Sierra Negra. La religiosa tenía un corazón de oro y era común que recibiera
en su casa hogar a niños que rechazaban otros orfanatos.
Niños
con malformaciones, con brazos o piernas mutiladas o con pies de pato, niños
quemados o bebes siameses; la madre Magnolia los amaba a todos y cada uno de
ellos les procuraba educación, techo y alimento. Cerca del orfanato vivía un
rico Terrateniente al que le molestaba compartir el mismo territorio que la
madre Magnolia. Tenía seis hijos y su esposa esperaba al séptimo.
Don
Severiano era un hombre conservador y supersticioso. Pensaba que lo habitantes
del orfanato eran engendros del demonio y había escrito varias cartas al
arzobispo pidiéndole que lo trasladara a otro lado. Testarudo y egoísta,
Severiano había hablado inútilmente varias veces a solas con La madre Magnolia
para convencerla de que se mudara a otra región con sus hijos adoptivos. Al verse
perdido, Don Severiano mando construir unas murallas para que sus hijos no
pudieran tener contacto con los niños del orfanato.
Paso
el tiempo y la familia del terrateniente creció. Heriberto, uno de sus hijos
más grandes se había vuelto más inquieto y tenía la rara diversión de trepar la
barda que había construido su padre para molestar a sus vecinos, los niños del
orfanato; solía pasar la tarde arrojándoles piedras y gritándoles insultos y
palabras obscenas. La madre Magnolia se dio cuenta del mal comportamiento de
Heriberto y fue a hablar con Don Severiano, pero el terrateniente ni siquiera
le abrió la puerta. La religiosa les pidió a sus niños que jugaran en otra
parte y mando a colocar la imagen de una Virgen de los Remedios justo donde
Heriberto se asomaba para molestarlos.
El
hijo de don Severiano no volvió a hacerlo, pero el desprecio que sentía por los
hijos de la monja no disminuyo. Una noche, mientras los niños dormían,
Heriberto entro al orfanato a hurtadillas con unos garrafones de gasolina del tractor
de su padre y le prendió fuego a los dormitorios.
No
fue difícil para la policía dar con el autor del crimen y la policía se llevó a
Heriberto al Consejo Tutelar para Menores en donde paso cinco años. En cuanto a
la madre Magnolia, estaba más desconsolada que nunca. Más de la mitad de sus
hijos adoptivos habían muerto y los que quedaban tenia cicatrices físicas y
emocionales terribles. El luto en el orfanato duro seis meses
Una
noche, algo extraño sucedió en el sitio donde fueron enterrados los niños
asesinados por Heriberto. El viento azotaba con violencia los árboles y no
había parado de llover durante tres días. Le aguacero saco a flote los pequeños
cadáveres y en un segundo, fueron reanimados por un extraño relámpago que cayó
en el mausoleo. Quienes conocen la historia dicen que pudo ser un rayo divino,
pero también puro ser mandado por el mismo demonio.
Los
niños que habían sido horriblemente quemados se arrastraron por la debajo de la
barda de Don Severiano y se dirigieron a su hacienda, dispuestos a cobrar
venganza. Paco, el sexto hijo del terrateniente había bajado a la cocina a
tomar un vaso de agua. Su grito despertó a toda la familia. Don Severiano tomo
su escopeta y corrió a ver lo que pasaba, pero era demasiado tarde, los seres
monstruosos que habían ido a visitarlo no habían dejado más que uno de los
zapatos tirados bajo la mesa.
La
familia del terrateniente no durmió esa noche, ni a la siguiente, ni el resto
de la semana. Y cuando el sueño los venció, los pequeños monstruos salieron de
su escondite, dispuestos a cobrar venganza por arrebatarles sus preciadas
vidas.
Cuando
la policía llego, solo encontraron los cuerpos decapitados de Don Severiano y
toda su familia; uno de los policías examino el lugar y vio, de reojo, lo que
parecía ser el cuerpo de un bebe gateando sobre la cornisa. Fue hacia el lugar,
pero no vio nada. A Heriberto lo asesinaron, su cuerpo fue hallado en la cárcel
mutilado cruelmente con un gesto de horror desagradable, nadie se explica que
fue lo que paso, pero los demás reos oían los gritos de Heriberto que
traspasaban las grises y viejas paredes de la prisión. Nadie se atrevió a
hablar del asunto por temor, hasta después de tres semanas.
La
madre Magnolia murió de neumonía después del incidente. El orfanato nunca fue
derribado y permanece en algún lugar de la Sierra Negra. Nadie se atreve a
buscarlo, Nadie quiere recordarlo, pero aseguran, algunos, que ese lugar esta
maldito…
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