Quizás
sea ésta una de las más recurrentes leyendas urbanas de tierras occidentales;
existen docenas de versiones de la misma historia, por lo que nos ceñiremos
únicamente a dos, para no abusar de la paciencia del lector. En el primero de
los casos, por la noche, una persona, invariablemente un hombre, ve a una mujer
vestida con atuendos de color blanco que deambula desorientada por la calle,
visiblemente angustiada.
Si
el hombre no se acerca a preguntarle por sus tribulaciones, ella irá
directamente hacia él y lo abordará, diciéndole que se ha perdido y rogándole
que la ayude a regresar a su hogar. Si el hombre se niega presentando una
excusa, la mujer le dedicará una mirada de rencor y lo dejará partir, pero las
consecuencias serán funestas (volveremos sobre ello más tarde). Si por el
contrario, el hombre decide auxiliarla, la mujer le indicará una dirección y le
dirá que debe apurarse pues su familia está esperándola con ansiedad.
En
automóvil o a pie, inician el viaje.
La
mujer nunca revela donde vive, sino que va dando al hombre indicaciones que
acaban por desorientarlo a él también. Cuando finalmente, tras horas de
vagabundeo, el hombre está a punto de rendirse y de decir a la mujer que no
puede ayudarla, ella lanza un grito de alivio, besa a su salvador y anuncia que
han llegado a destino, que su casa está sólo a unos metros más allá. Baja del
automóvil y se aleja, o si han marchado a pie, huye corriendo. Si el hombre
intenta seguirla, nunca la encontrará; sólo podrá advertir, alborotado, que se
halla en las cercanías de un cementerio.
Quienes
han tratado de averiguar la identidad de la mujer, o de volver a verla
caminando por las mismas calles en donde la encontraron, nada ganan. Nunca más
volverán a verla. Hay quienes arguyen que han existido personas que se han
enamorado en una noche de la dama de blanco y que han perdido, al no ser
capaces de reencontrarla, cierta alegría de vivir. Es inútil, la dama de blanco
sólo aparece una vez en la vida, si es que lo hace.
La
segunda versión nos habla de un comienzo casi idéntico, pero en lugar de
conducir al hombre hacia un cementerio, lo hace hacia una casa en un vecindario
alejado. Si el hombre pregunta por su nombre, la mujer de blanco dará cualquier
respuesta; muchos nombres han sido aducidos como verídicos, pero en las
historias coexisten apelativos diferentes. Cuando días más tarde el hombre se
atreve a regresar a la casa a preguntar por ella, dos cosas pueden suceder: o
bien no logra encontrar el domicilio, aunque está seguro de no haber olvidado
cómo llegó hasta allí, o bien cuando se encuentra con los familiares éstos le
informan que su experiencia ha sido imposible, puesto que la mujer que
describe, hija de la familia, ha muerto hace años. En este último caso nos
recuerda la historia de La penitente en Ciudad de México.
¿Quién
o qué es entonces la dama de blanco? Indudablemente, un espíritu desencarnado
que no ha podido partir hacia el bajo astral por motivos que sólo ella conoce,
y que gusta de vagar y jugar con los sentimientos de los hombres, por lo que es
de sospechar que sus penas y asuntos pendientes tienen que ver con el amor.
Quizás una trágica historia de sentimientos no correspondidos o cariños
prohibidos que ha perdurado más allá de la tumba.
¿Y
qué ocurre con aquéllos que desdeñan el llamado de la dama de blanco? Pocos
días después una borrosa imagen de su rostro y cara aparece en una de las
paredes de la casa del hombre. Inútil es que se esfuerce por quitarla de allí:
no hay método de borra la imagen, ni siquiera pintando encima. Poco a poco esa figura
se convierte en obsesión del varón, que muere en pocos años, solo y abandonado
por los suyos, que lo consideran maldito, como tal vez sucedió a la misteriosa
dama de blanco.
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