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El Mar



¡Oiga amigo!
¿De verdad que quiere saber lo que ocurrió esa noche?
Seguro que piensa que sólo soy un viejo borracho y chiflado; y no le quito la razón. Pero yo estaba allí cuando todo ocurrió...
Yo era un muchacho inquieto en un pueblucho demasiado pequeño, ya sabe a lo que me refiero. No recuerdo exactamente la edad que tendría, pero sí que sé que todo lo acontecido aquella noche fue real a pesar de mi corta edad y experiencia. Si ha preguntado a más personas (si alguna más está viva de los que realmente lo presenciaron) se dará cuenta que no miento. Es más, que se lo cuento sin los prejuicios con que lo viví; es decir, desde la mente de un niño...
... O se lo contaría, si lograra acordarme.
Tiene razón amigo; una fría jarra de cerveza me aclarará la mente –jajaaj- Es usted muy amable por invitarme. En agradecimiento se lo contaré lo mejor que pueda:
Como ya le he dicho, yo no era más que un mozalbete revoltoso, y como tal mi única preocupación era llegar a tiempo a casa para rápido almorzar y volver a salir. En eso consistía mi vida en verano; sí fue en verano, en un verano especialmente caluroso. Me acuerdo perfectamente por que todo el pueblo se pasaba largos ratos en la playa tomando el sol y los más jóvenes jugando en el agua.
Con sólo recordar lo imprudentes que éramos me arrepiento de haber aprendido a nadar. Maldigo ese día; quizás así el destino me hubiera ahorrado esa experiencia que todavía me atormenta en mis peores pesadillas...
Pero disculpe me estoy distanciando de lo hechos importantes, pero debe comprender que debo meterle en mi propio pellejo, que comprenda mi punto de vista. Pero le advierto; es posible que después esas mismas pesadillas acudan a su mente.
Por donde iba... Sólo recuerdo el calor, parecido al que tengo ahora... ¡Ah! Gracias por pedirme otra cervecita, está usted en todas, ¿eh?
Bueno, el caso es que en todo ese verano acostumbrábamos a bañarnos en el mar (¡mire como se me pone la piel de gallina con sólo recordarlo!), incluso de noche, ya que la luna y las estrellas ofrecían su magnífica luz plateada para estos menesteres.
Cierta noche en concreto, la noche de la Gran Barbacoa, la fiesta del verano en mi pequeño pueblo, acudió toda las personas a la cita. Allí podría habernos visto a todos, una pequeña multitud reunida al calor de una gran fogata comiendo, bebiendo y riendo.
Me parece que no le he contado como era entonces la playa... No, no; no es la misma que tiene delante de las narices; es la que da al Sur. ¿De verdad me creé tan loco como para volver alguna vez a esa playa? Le dije que era un viejo borracho, pero de ningún modo le consiento que ponga en tela de juicio mi cordura; así que si quiere que prosiga con mi relato le ruego que restablezca el suministro de alcohol...

La playa hoy en día no es la misma, la otra quedó irreconocible, y nadie (y con razón) quería ir; por lo que el alcalde contrato a unos forasteros para que la arreglaran lo mejor que pudieran. Les pagamos mucho a fin de que no hiciesen demasiadas preguntas y comprar su silencio. Pero de todas formas son sólo algunos jóvenes imprudentes los que pasean por sus arenas, por que el mar es el mismo y ni siquiera ellos se bañan (ahí son más listos de lo que fuimos nosotros), porque el terror salió del mar.

Después de la cena, cada grupo de amigos se fue a lo suyo, ya me entiende. Mi grupo era numeroso, muchos de los chicos de mi edad del pueblo, quizás más de veinte chavales revolviendo por todas partes. Después de esa noche no volví a ver a la mayoría de ellos...
Perdone que me interrumpa, pero el dolor del recuerdo me seca la garganta...
No muy lejos de la playa, hay un faro. No se crea que es gran cosa, era más bien pequeño y modesto, ya que ningún barco importante pasaba ni pasa por esta agua, y los pesadores locales se lo conocen bien, pero por si acaso allí estaba para quien lo necesitaba.
Creo que no se lo he comentado, pero mi abuelo, que en paz descanse, se encargaba del faro. Yo iba a visitarle a menudo, y como trabajaba todos los días yo le hacia la compra y los recados. Aquella fatídica noche no era una excepción, ya que la asistencia de un faro se puede necesitar en cualquier momento.

No, nadie más podría haberse hecho cargo del faro; era de herencia familiar y una responsabilidad propia para con la seguridad de todos, y mi abuelo sólo falto el día que cayó víctima de la edad, que por si le interesa le diré que tenía más de 97 mejor conservados que mis 78; claro que él murió poco después de esa noche y yo llevo el horror dentro de mi alma desde entonces.
Como adivinará, mi familia dejó de hacerse cargo del faro, de él sólo quedan las ruinas...
Yo me encontraba en el faro con mi abuelo, por que había ido a llevarle la cena consistente en chuletas, tocino y chorizo frito y demás cosas de barbacoa (sí, mi querido abuelo conservaba un gran saque, nunca pedió el apetito, bueno hasta ya sabe qué) Él me estaba dando algún dinero para la pequeña feria cuando de repente el infierno nos visitó.
Un retumbar que parecía provenir del mismísimo Averno nos dejó a todos paralizados. Recuerdo vívidamente las monedas caer al suelo sin producir sonido alguno, no oír mi propia respiración ni las maldiciones de mi abuelo.
Sólo la luz del faro parecía imperturbable, pero no por mucho tiempo.
La fuente de aquel sonido de pesadilla parecía proceder del mar. El agua estaba negra como el carbón. El cielo oscurecido por las repentinas nubes.
El ruido parecía que se amortiguaba, pero seguía retumbando en mis oídos, así que no se lo puedo asegurar. Pero entonces cuando todo el mundo salía de su momentáneo espasmo (seguramente fueron sólo unos segundos, pero a mí me pareció una eternidad el tiempo que pase sin poder moverme), cuando empezaron a cuchichear acerca del misterioso suceso, otro ruido no mucho más bajo nos sacudió de encima la modorra.
Éste era un sonido conocido, aunque no muy familiar. Era la alarma de un barco a pocos metros de la costa. El ulular continuo y monótono luchaba contra la cordura de mi joven cerebro; pero mi abuelo conocía perfectamente su trabajo, y tardó lo que usted tarda en pedirme otra cerveza en dirigir el potente haz de luz del faro hacia el bardo en peligro.
La visión nos dejó helados, y estoy seguro que fue reviviendo esas imágenes durante el sueño lo que provocó la muerte de mi abuelo.
No era un barco.
Todo el mundo lo vio. Los gritos de los desgraciados que estaban en la playa y no pudieron escapar llegaban a mis oídos como de otra dimensión, distorsionados por el miedo que paralizaba mis músculos.
Era un enorme barco fantasma; y si no lo era pronto lo sería.
Estaba totalmente en llamas; se acercaba a toda velocidad a la playa; parecía que no iba a detenerse. Pocos fueron lo bastante rápidos como para esquivar la enorme mole de acero en llamas. Medio pueblo sucumbió en el impacto. La embarcación se hundió una 10 m tierra adentro, arrastrando consigo toneladas de arena y piedras ardiendo.
No se veía a nadie en la cubierta desde mi privilegiada posición, pero sentía que allí dentro había pasado algo de una terrible magnitud. Sabía que todos los tripulantes habían tenido una muerte horrible, puede que incluso algunos se estuvieran calcinado en esos momentos... al igual que mi sufrida garganta amigo mío...

El barco me era totalmente desconocido, incluso me atrevo a asegurar que era extranjero, pero eso para mí no tenía mucha importancia en ese momento. Estaba absorto en su tamaño y grandeza de haber estado en condiciones, pero totalmente envuelto en llamas era todavía más grandioso, a la vez que siniestro.

La gente se apiñaba alrededor del barco encallado intentando ayudando como buenamente podían; auxiliado a los heridos, retirando los cadáveres e intentando apagar el infierno reinante abordo, totalmente inútil por supuesto.
Mi abuelo por su parte también estaba cumpliendo con su deber, dirigiendo la luz allí donde más se necesitaba, ya que la noche seguía negra como las fauces de un lobo. Pero fue entonces cuando volvimos a oír el estruendo de hacía unos minutos.

Fue si cabe más fuerte y horrible que el primero, por que se notaba más cerca.
También porque pudimos distinguir algo a pesar del atronador volumen: Era un grito. Un grito furioso y angustiado, lleno de ira y rabia.

Mi abuelo dirigió sin pensárselo dos veces el foco hacía el mar, y lo que descubrió no parecía tan terrible. Al menos eso fue lo que me dijo en un principio.
Era una ola gigante. Un maremoto, un terremoto en el mar es lo que lo produce me explico; son muy peligrosas por que se llevan todo por delante. Seguramente –continuó diciéndome- lo que oímos al principio fue la el terremoto que sorprendió al barco mar a dentro, afecto a las calderas de alguna forma (sacudiéndolo violentamente como un niño con un juguete) y éstas explotaron, y el barco perdió rumbo y acabó encallando accidentalmente en la playa. Puede que alguien en un último y desesperado intento de avisarnos hiciera sonar la alarma –Concluyó.

Pero una ola gigante era un peligro muy real, por lo que mientras me contaba todo eso no paro de enfocar al encabritado y negro mar y accionar su propia alarma.
Los supervivientes corrieron tierra adentro tan rápido como podían, ayudando a los heridos, volviendo la espalda al mar, por lo que no vieron lo que surgía de entre las olas.

Me quedé helado, como petrificado. Mis piernas, antes robustas y rápidas no me respondían, estaba totalmente paralizado. El abuelo, con su característica sangre fría no le dedicó más que una fugaz mirada para saber que tendríamos que huir. Con sus lentos y vacilantes pasos renqueantes por la avanzada edad, me cogió por el hombro, me zarandeó y me obligó a apartar la vista de la madre de todos los horrores, que se erguía enorme y monstruosa del mar y avanzaba con las enormes olas, que parecían su infernal cortejo. Logramos salir del faro a la relativa seguridad del cercano bosque, que estaba en una pequeña colina al Este de la playa que dentro de poco pasaría a formar parte de las profundidades abismales del mar.

No se como logramos sobrevivir, pero estoy seguro que se lo debo todo al abuelo. Oíamos los gritos de los moribundos y de los atrapados, pero nada podíamos hacer; sólo intentar salvarnos nosotros. Logramos ascender lo suficiente por la colina como para que la inmensa ola no nos sepultara vivos como a otros desgraciados, pero no pudimos evitar mirar el agua teñida de sangre que lamía ávidamente nuestras cansadas piernas (había tenido que cargar con mi abuelo un largo trecho, ya que aunque fuerte la edad la había pasado factura a su proverbial fuerza física, cosa que hice con el mayor de los placeres sin sacrificio alguno)

Recuerdo vagamente que la roja y oscura agua nos llegaba más o menos por la cintura cuando ésta dejó de crecer. Nos miramos suspirando por el milagro que nos había salvado, casi habíamos olvidado el terror que hacía unos minutos invadía la playa; pero lo recordamos rápidamente cuando levantamos la vista.

El agua empezaba a retornar al mar del que nunca debía de haber salido, dejando a su paso una estela de muerte y destrucción a cada palmo que cedía a la tierra. La playa ya no era playa, eran cuerpos sin vida amontonados. No se cuanto tiempo permanecimos mirando absortos esta macabra escena, pero me acuerdo bastante bien que cuando empezaba a amanecer el mar todavía descubría a nuestra vista cadáveres, tal era la magnitud de la catástrofe. Del barco no quedaba la más mínima señal, ni de las toneladas de arena desplazadas por él, ya que mucho más había barrido el mar.

Si me regala otra cerveza puede que le cuente que fue de mi vida desde entonces, pero supongo que no le interesa demasiado. Sólo le diré que mi abuelo como ya le dije murió poco después, y que entre todos reconstruimos el pueblo arrasado por las olas y algo más. Soy el único se aquellos que todavía vive, quizás la ultima herencia de mi abuelo.

No, por favor; no me obligue a describirle el horror que vi con mis propios ojos. Era algo indescriptible. Nadie hablo jamás de él; sólo en sueños que no queríamos recordar al despertar. Le envidió y pido a Dios que nunca tenga que presenciar nada semejante; aunque desde entonces dudo que exista en dios que permita que tales abominaciones infernales vaguen ahí trayendo la muerte y desolación la alma de personas normales como nosotros. Puede que nunca sepamos por que aquí, en mi pequeño pueblo; que fue del barco y de sus tripulantes y quienes eran, de donde venían y adonde iban. Pero creo que hay preguntas que el hombre no debería formularse y que no deberían serle respondidas.

Espere; no se vaya todavía; tiene que invitarme a una última copa....

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