La algarabía de halloween había quedado atrás, junto con las luces de la ciudad. Habíamos tomado un camino de tierra que pasaba por zonas de monte y pastizales, y esa noche todo estaba oscuro. Yo iba conduciendo. La camioneta vibrada y saltaba con las irregularidades del camino, pero a pesar de eso Mónica igual dormía, porque iba muy cansada.
En un tramo del camino que era
recto, las luces del vehículo iluminaron a lo lejos a cuatro contornos humanos.
Cuando estuve lo suficientemente cerca creí que eran unos tipos disfrazados de
muertos andantes. Me sorprendió que hubieran llegado hasta allí a pie. Después
supuse que los habían arrimado en algún coche, pero el próximo pueblo estaba
tan lejos que igual era raro.
Caminaban muy lento, arrastrando
los pies, y creí que aquello era una actuación. Marchaban alineados, y dos de
ellos iban por el medio del camino. Disminuí la velocidad un poco, pero como no
se apartaban toqué la bocina.
Mónica despertó con un sobresalto
por la bocina. En ese momento los caminantes se apartaron y giraron sus caras
hacia nosotros. ¡Eran horribles! Ni el mejor maquillaje del cine luciría tan
aterrador.
A Mónica se le escapó un grito de
terror; yo aceleré y pronto estuvimos lejos de allí.
Después intenté calmarla, pues
seguía asustada, pero ni yo creía lo que le decía:
- Eran unos borrachos con
máscaras -le dije.
- ¡No, eran reales. A uno se le
estaba cayendo la piel! ¡Eran muertos! ¡Muertos!
- Está bien. Puede ser que no
fueran gente, tal vez eran apariciones -tuve que reconocer-, pero las
apariciones no hacen nada, y quedaron allá atrás.
Unos kilómetros más adelante
sentimos un sacudón que por poco no nos hizo voltear. Me detuve en un costado y
bajé.
- Es un neumático, se le abrió un
agujero -le dije.
- Cámbialo rápido. No quiero
estar aquí. ¿Quieres que te ayude? -me dijo ella, asomándose por la ventanilla.
- No, yo puedo solo. Son unos
minutos nomás.
Estaba por terminar de colocar la
rueda cuando los vi surgir de la oscuridad. Eran los cuatro muertos. La luz
intermitente del vehículo parado los hacía lucir todavía más espeluznantes.
Mónica los vio por el retrovisor
y se puso a gritar. Terminé de ajustar la última tuerca y me lancé hacia el
interior de la camioneta. Nuevamente los dejamos atrás, pero como evidentemente
eran apariciones o alguna otra cosa sobrenatural, fuimos a tranquilizarnos recién
cuando vimos el amanecer.