Que nadie ose
negar la existencia de poderes diabólicos y sobrenaturales, que se sustentan
del alma y cuerpo humano, la maldad y hechicería, son hijas del demonio y las
sombras de la noche…
Si, este
suceso ocurrido en el siglo XVI, aquí en nuestra país, nos habla de un caso de
hechizo diabólico y perverso; se que algunos de ustedes dudarán de éstos
poderes, sin embargo, sépase que en México y en otros países, aún sigue
practicándose la hechicería.
Retrocedamos al año 1554, a plena
mitad del siglo XVI y veamos en una visión retrospectiva, esta casona y esta
calle que se llamó de la Cadena; gobernaba en ese siglo el virrey Don Luis de
Velasco I, y ésta casa tenía el número siete, de la que hoy es Venustiano
Carranza. Habitaba la casa en cuestión, Doña Felipa Palomares de Heredia, rica
viuda de uno de los conquistadores, de quien fuera heredera; pero si Felipa
había heredado nombre y fortuna del esposo, también le había quedado un hijo
joven y apuesto, llamado Domingo de Heredia y Palomares, criado con lujo
desmedido y cuidados extremos, érase este joven Domingo la adoración y consuelo
de la madre, y llevada de su amor maternal, lo cuidaba y mimaba con exceso y
siempre le recordaba que ya estaba en edad casadera, que encontrara a una chica
que le gustara, que tuviera alcurnia y abolengo, claro, la madre tenía que
aprobar a la muchacha.
El joven deseaba en verdad esposa
y buscaba con ansias entre las chicas una de la Nueva España; solía reunirse
con otros jóvenes también deseosos de casorio y escogían así a las mejores
muchachas. Durante varios meses buscó a la chica que le gustase y fuese un buen
partido del agrado de la madre, sin hallarla; pero al fin cierta tarde, vio
acercarse al templo a una hermosa chiquilla, cuyo nombre y cuna desconocía, sin
embargo era de una belleza virginal, que hizo dar vuelcos al corazón del joven
Domingo; llena de misticismo y de candor, pasó junto al joven, el cuál lanzó un
hondo suspiro. Ella entró a la iglesia y mientras oraba con fervor, el chico la
miraba cada vez más cautivado por esa angelical figura; al terminar de orar,
ella se acercó a la pila de agua bendita y él le ofreció sus dedos húmedos,
emocionado, después, como era la costumbre en ese siglo, él la siguió a
prudente distancia, para saber dónde vivía, la chica, que al parecer se dio
cuenta de que la seguían, no trató de apresurar el paso; entonces ella llegó
ante una casa de mediana fábrica, allá por entonces calle Cerrada de Nacatitlán
(hoy Novena de Cinco de Febrero); ella sin embrago, volvió sus glaucos ojos
hacia el joven y le clavó una mirada que llevaba toda la ternura del mundo.
A partir de entonces, Domingo de
Heredia y Palomares, acompañado de un juglar y amigos, comenzó el asedio de la
chica, llamada Doña Francisca de Bañuelos y era hija única de padres humildes;
al fin una noche escapó entre barrotes y tiestos florecidos una mano trémula
que recibió ardiente beso de amor, y noches después, entre suspiros y perfumes
de jazmines, unos labios musitaron la declaración de amor.
Más la Colonia era chica y pronto
dos lenguas oficiosas fueron con la noticia de estos amores a la madre de
Domingo, lo que le contaron a la mujer no le agradó en absoluto, pero más
tardaron en marcharse las dos damas informantes, que Doña Felipa en salir rumbo
a la casa de Francisca, acto seguido, su mano firme, cruel, golpeó contra el
zaguán el pesado aldabón, había en sus golpes furia y decisión; fue las misma
muchacha la que abrió el zaguán, su sorpresa no tuvo límites, pues conocía ya a
la furiosas dama; la joven invitó a pasar a la mujer a su casa, como la noto
indecisa le repitió la invitación, entonces empezó a hablar, comunicándole no
volviera a ver a Domingo, pues ella era una plebeya sin nombre ni fortuna y que
su hijo la iba obedecer sin reclamos; en ese momento apreció el joven y ante el
asombro de Felipa que jamás había visto a su hijo en tal actitud, el joven
defendió su amor y autonomía; furiosa la madre se fue, mientras los dos jóvenes
ratificaban su amor y sus deseos de casarse. Pero cuanto más mostraba su
decisión por casarse con Francisca, Doña Felipa sufría más y más, llenando su
dolor con lágrimas amargas; en su loca desesperación por evitar la boda de su
hijo, Doña Felipa supo la existencia de una bruja tan poderosa como temida y
fue a verla, ansiosa por lograr por medio de siniestros maleficios, el
alejamiento de los enamorados, se apresuró a buscar a la bruja en su jacal, la
hechicera la recibió como si supiera a que iba la dama, ésta le explicó su caso
a aquella mujer, la segunda le prometió para tenerle la solución para el jueves
y la angustiada Felipa le pagaría con largueza.
Esa misma noche, Domingo y su
madre tuvieron otra discusión, con respecto a la decisión de el de casarse con
Francisca, pidiéndole aguardar hasta el viernes.
La noche del jueves Doña Felipa
fue en busca de la bruja, que le reveló un plan siniestro y de venganza, el
cual consistía en que ambos jóvenes se casaran y después darle un diabólico
presente a Francisca, que la iría matando poco a poco. ¿Quieres saber qué es?
Entonces, sigue leyendo.
Aún sin salir de su incredulidad
los jóvenes estos se casaron y fueron recibidos muy bien por Doña Felipa;
pronto se dieron cuenta de que si la chica no era de linaje, su belleza y dones
espirituales sobrepasaban cualquier deseo. A esas mismas horas en la laguna de
Macuitlapilco, la bruja celebrará un diabólico rito con un ánade (una especie
de patito); y la bruja degolló más patos, hasta contar siete y con su sangre se
embijó el rostro mientras continuaba su invocación a Satanás. Tres días
después, cuando todo era dicha y felicidad entre los recién casados, se
presentó muy amable Doña Felipa, la cual le dio aquel presente a Felipa, que
era un cojín de plumas muy bonito, relleno de aquellas plumas de pato
embrujadas; desde esa noche, el cojín de terciopelo fue la almohada donde
reposaba su cabeza la ingenua Francisca, pero he aquí que desde el día
siguiente, la joven se levantó de la cama con un extraño malestar: dolo de
cabeza, mareos. En efecto, corrieron ante Doña Felipa, a quien le contaron el
extraño malestar con que había amanecido la hermosa recién casada; pero ni
cuidados ni descansos fueron suficientes, día con día se sentía Francisca
desmejorada y pálida, de fresca y lozana habíase tornado paliducha y débil y su
alegría había desaparecido para dar paso a una honda tristeza; pero a medida
que pasaron los días, la muchacha se sentía peor, ya su rostro desencajado era cadavérico,
Y Domingo viendo el estado de su esposa llamó al médico, que desde luego
examinó a la enferma, para rendir un diagnóstico, que no fue nada bueno, pues
la pobre mujer presentaba el aspecto de los presos de las galeras y mazmorras.
Los temores de Francisca no fueron infundados, antes de seis meses había muerto
víctima de aquel extraño mal; una vez enterrada Domingo se encerró en su alcoba
durante días y días, apenas si comía lo que tomaba de la cocina por las noches
y se negó por mucho tiempo a dejar entrar a su ,madre que fingidamente trataba
de consolarle, sin embargo su desgracia del joven por las noches le pesaba
enormemente regando el lecho de su amado con su llano; e hizo entonces un
santuario en su alcoba y besó los lugares que ella tocaba y durmió sobre su
cojín de terciopelo rojo.
Al fin, una de esas noches
Domingo se despertó sobresaltado, al sentir la presencia de algo sobrenatural
junto a su lecho; surgió entonces de entre las sombras dela alcoba, la visión
más horrenda que pudieran contemplar ojos humanos: era Doña Francisca
descarnada, que había venido de ultratumba a advertirle del cojín embrujado, el
cual provocó su muerte, chupándole la sangre poco a poco, hasta llevarla a la
tumba, y que las autoras del crimen habían sido su madre y la bruja.
Antes de que el horrible fantasma
se diluyera entre las sombras, Domingo le hizo un juramento, que era vengar su
muerte; entonces, el muchacho salió a hurtadillas de la casa y se dirigió a
hacer la denuncia ante el Santo Oficio, que esa misma tarde se presentó a la
casa; de un tajo fue roto el cojín de terciopelo rojo, cayendo al suelo
extrañas plumas de ánade, lo espantoso fue que, a la hora de oprimir el cañón
de las plumas, se escapó un líquido rojo, que era sangre humana, de aquella víctima,
Francisca de Bañuelos. Y al ver las plumas caídas en el suelo, se comprobó que
se movían como sierpes (víboras), como impulsadas por una satánica fuerza,
furioso, piso aquellas plumas Domingo, hasta que la sangre que contenían formó
extenso charco. Tratando de hallar piedad en su acto criminal, Doña Felipa cayó
de rodillas ante el fraile.
Sometida a torturas crueles, Doña
reveló el sitio donde se hallaba la bruja, de allí la sacó el Santo Oficio;
cabe decir que, aunque establecido el Tribunal de la Fe, hasta 1571, los
castigos contra brujas y herejía se practicaban ya en Nueva España, y que estos
juicios se celebraban en forma rápida y expedita; los acusados eran
encarcelados tras el juicio y después conducidos a la horca ó la quema. En un
juicio sumario, se condenó a ambas mujeres a morir quemadas en la entonces
Plaza de Santo Domingo; Doña Felipa de Heredia y la bruja, cuyo nombre real
jamás se supo, fueron atadas a los postes, y según rezaba la sentencia, fueron
quemadas en leña verde, para después esparcir sus cenizas a los vientos
diabólicos de la noche.
Durante algunos meses Domingo de
Hurtado y Palomares se encerró en su casona rumiando su tristeza, tal vez su
arrepentimiento; la gente y el mismo se señalaba como el delator de su madre y
el responsable de su horrible y vergonzante muerte.
No volvió a saberse nada sobre
Domingo, aunque algunos aseguran se marchó a España, llevándose consigo pena y
fortuna.
¿Y después de leído este verídico
suceso, aún hay quien dude que la brujería existe y perdure hasta nuestros
días? No lo duden más y mientras lo piensan, yo les prepararé otra historia
macabra y real como ésta. Nos vemos la próxima semana.