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Los Seis



El muerto estaba tendido boca arriba en una mesa metálica y el doctor Ramirez se encontraba parada a un lado de él. Ramírez tanteó el esternón del muerto con la mano izquierda y después le hizo un corte largo con el bisturí que tenía en la derecha. Acostumbraba hacer las autopsias escuchando música clásica con unos auriculares, por eso no escuchó lo que sucedía detrás de él.

A su espalda, a pocos pasos, había seis camillas con muertos que estaban cubiertos por sábanas. Era un escenario que llenaría de terror a muchos pero él estaba acostumbrado; más lo que estaba por suceder salía completamente de su rutina. De una de las camillas resbaló un brazo y quedó colgando y meciéndose. Cuando el impulso de la caída se terminó el brazo quedó quieto un momento, después los dedos se empezaron a mover lentamente primero para luego hacerlo con rapidez como si fueran las patas de un insecto. Seguidamente la mano se elevó hasta aferrarse al borde de la camilla.

Casi al mismo tiempo, en otra de las camillas empezó a levantarse la sábana a medida que el muerto se iba enderezando. Y otro bajó una pierna de la camilla y movió el pie hasta tantear el suelo, se irguió a medias y al intentar bajarse cayó de costado. Ramírez no escuchó el golpe pero sintió en sus pies el leve temblor que produjo la caída, que era el sonido mismo transmitiéndose por el piso. Como una calle pasaba muy cerca de la morgue pensó que fue algún movimiento del tránsito. Siguió en lo suyo ignorando todo el terror que empezaba a levantarse detrás de él. El que cayó al suelo, tras una serie de movimientos torpes y lentos, quedó apoyado sobre sus palmas y sobre sus rodillas pero mirando hacia el lado opuesto a donde estaba el doctor. Los seis muertos se reanimaron casi al mismo tiempo y empezaron a mover sus miembros y a erguirse levantando las sábanas para que después estas se deslizaran mostrando sus desfigurados rostros. Estaba en una sala junto a seis zombis y no se daba cuenta. Los zombis tenían parte o toda la cara y el torso en carne viva, y en las partes quemadas sus ojos parecían más grandes.

Uno de ellos logró ponerse de pie antes que los otros y al girar la cabeza hacia Ramírez emitió un largo quejido al abrir completamente su boca. El doctor dejó de cortar y enderezó la cabeza. ¿Había escuchado algo? Recordó a los cuerpos que había detrás de él. Antes de que su mente le propusiera una idea que para él sería absurda, negó con la cabeza y volvió a prestar atención a lo que estaba haciendo. Ahora todos los muertos vivientes se habían bajado de las camillas y ya lo habían notado. Sus miembros parecían aún atrofiados por la rigidez que se adueña de los cadáveres pero con cada pequeño paso inseguro parecían ir tomando más soltura. El que había quedado sobre sus manos y rodillas acababa de girar y levantó la cabeza hacia el médico, soltó un sonido horrible con su boca sin labios y empezó a gatear con más rapidez que los desplazamientos de los otros.

Ese zombi ya iba ladeando la cabeza para morderle una pierna cuando su mano tocó primero la pantorrilla. Ese contacto inesperado hizo que el médico se moviera hacia un costado al tiempo que giraba; los dientes del zombi se cerraron en el aire produciendo un ruido casi metálico. Escapó de la mordida de ese pero no de la de otro que lo aferró con sus manos. Todos ya estaban tan cerca que lo hicieron presa casi a la misma vez. Un guardia que estaba sentado y leyendo una revista en un pasillo se levantó de pronto alarmado y corrió hacia la morgue. Entró empujando las puertas y por el impulso que traía apenas pudo frenar al ver aquel espectáculo digno del infierno. Los muertos vivientes voltearon hacia él pero sin dejar de morder, rasgar y arrancar. El guardia salió corriendo por el pasillo alertando a los gritos a todos con los que se cruzaba. Los gritos alcanzaron al director de ese hospital. Enseguida se alarmó y pensó que si aquel guardia no estaba loco, que si los cuerpos que habían llegado más recientemente en verdad ahora eran zombis, toda la ciudad estaba en grandes problemas. A ellos les habían llevado seis, pero venían de un accidente con químicos que había matado a cuarenta y cuatro trabajadores, y los habían llevado a varios hospitales. Como él calculó, en los otros locales también se había desatado el infierno.

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