Relato que me manda Rodolfo Daniel Reyna Torres, donde nos habla que algunas personas cumplen sus promesas, aun después de muertas...
Era un domingo de mucho calor, y
como de costumbre me levante temprano pues no soportaba estar acostado ni un
minuto más. Generalmente los domingos son para dedicarlos a mi familia y no
salgo a ruletear, pero en esta ocasión discutí con mi esposa, ya que a últimas
fechas mi matrimonio no iba nada bien, por lo que lo ya mencionado era muy
frecuente. Muy molesto sin desayunar, Salí, tome mi taxi y arranqué.
Al cabo de un par de vueltas me
detuve agobiado por el hambre, en un puestecito de tamales, pedí una torta y
comencé a comer, cuando de pronto una anciana con aspecto muy amable y cordial
se me acercó y me dijo:
-Perdone joven… ¿podrá usted
llevarme a la iglesia de San Hipólito?
Me miró con tanta familiaridad
que no se explicar lo que sentí, pero no pude negarme, tal vez si no hubiese
sentido eso tan raro me hubiese negado y argumentado que estaba comiendo, que
buscara otro taxi.
-Si señora, súbase- dije yo,
dando una gran mordida a mi torta de tamal.
Avanzamos por algunas avenidas
que por ser domingo y muy temprano se encontraban casi vacías.
La señora no
decía nada; solo se limitaba a sonreírme al observarla en el espejo retrovisor.
-¿Va a misa? – pregunté yo.
- Así es, tengo una manda que
cumplir- me dijo.
No cruzamos palabra alguna
posterior a este breve dialogo, hasta que llegamos a donde me pidió que la
trasladara, al estar frente a la iglesia me preguntó:
-¿cuánto le debo joven?
-Son veinticinco pesos señora.
-No sea malito, ¿me puede esperar
a que salga, para llevarme a mi casa?
-Bueno, ándele pues.
No sé ni porque acepte esperarla
a que terminara la misa, generalmente en otra circunstancia me hubiese ido,
pero nuevamente no pude negarme a su petición. A pesar de que en esa zona
estaba prohibido estacionarse. Asombrosamente ni siquiera una grúa o patrulla
me molesto durante mi estancia ahí. Encendí la radio y espere.
Al cabo de unos cuarenta minutos
salió la mujer; santiguándose frente a la puerta del templo al salir, abordó mi
taxi.
-Ahora si Joven , lléveme a mi
casa por favor.
Encendí el vehículo, y avance
entre las calles dirigiéndome a la dirección que me proporciono, nuevamente
durante el trayecto fue mínima nuestra conversación, solo algunas cosas
triviales. Llegamos rápidamente al lugar indicado, y nos detuvimos frente a una
modesta casa azul.
-Aquí es, espéreme tantito,
entrare por el dinero para pagar sus honorarios.
La mujer abrió la puerta de la
casa y se metió, mientras tanto yo espere afuera, esperando pacientemente.
Pasaron quince minutos y no
salía, posterior veinticinco minutos , hasta llegar a la media hora, fue cuando
me decidí por tocar la puerta, pues el taxímetro seguía corriendo y marcaba ya
una enorme cantidad, que no podía dejar de cobrar, por más agradable que fuese
la mujer. Presione el timbre, y escuche unos pasos que se encaminaban hacia la
puerta desde el interior de la casa.
Un hombre de unos cuarenta años
salió a mi encuentro:
-¿dígame?
- perdone, estoy esperando a una
señora que traje.
-¿perdón?...
-Si una señora me pidió que la
llevara a la iglesia de San Hipólito, y que la trajera aquí después, ya tiene
buen rato que entro al inmueble por dinero, y no sale.
-Espere un momento por favor.
El hombre sonrió tristemente y
entro a la casa. Yo seguía sin comprender lo que sucedía y seguí esperando. El
hombre salió con una fotografía en las manos y me la mostró diciéndome:
-¿es esta la mujer que usted
trajo?
De momento reconocí a la amable
ancianita en la fotografía.
-Si señor ella es.
-Pues es mi madre, ella murió
hace tres años y medio.
Un escalofrió invadió todo mi
cuerpo, pero trate de pensar fugazmente que lo que ese hombre decía no era
posible, pues yo apenas hace unos momentos la había transportado hasta ese
sitio. Pensé que tal vez se trataba de una broma.
El hombre me contó que en los
últimos días de vida de su madre ella había estado muy enferma. Ella era devota
de San Judas Tadeo, y cada domingo iba a visitarlo a su iglesia.
-Cuando yo era un niño- Dijo el
hombre, estuve a punto de morir en accidente muy fuerte que sufrí . pase meses
en el hospital y los médicos no le daban esperanzas a mi madre.
Ella, rezaba por mí y prometió
que si salía con bien de tal situación, iría fielmente todos los domingos a la
iglesia. Me recuperé del accidente y mi madre cumplió su promesa, cada domingo
pasara lo que pasara mi madre iba a la iglesia de San Hipólito a visitar a san
Judas, y ya ve aun después de muerta continua cumpliendo su promesa. Usted no
es el primero al que le pasa esto.
El hombre sacó su cartera y pagó
la cantidad que el taxímetro marcaba y partí de ahí sin saber que pensar.
¿Cómo era posible que una mujer
muerta abordara un taxi? , ¿Los muertos pueden viajar? , ¿Están entre nosotros?
Eso es algo que nunca entenderé lo cierto es que yo, lo viví en persona.