Sentado en un viejo sillón de mi casa escucho con los ojos cerrados una vieja canción de piano que escribí junto a mí ya difunto padre. Aun no lo puedo creer, el hombre que me recogió de aquel orfanato ha muerto, aun no sé cómo murió. En ese momento mi mar de pensamientos fue interrumpido por una voz que me fue un poco familiar. ‘No, tu si sabes cómo morí’, dijo la voz misteriosa. Yo repliqué: ‘claro, espero llegar a mi casa pronto’. La voz misteriosa dijo: ‘no, aun no es tu casa, sigue siendo la mía hasta que lean mi testamento’. En ese momento un escalofrió inexplicable se adueñó de mi cuerpo abrí los ojos y enfrente de mi estaba mi padrastro. Él dijo: ‘¿sorprendido de volverme a ver?’, yo dije con una sonrisa sarcástica: ‘no, tu tan solo eres el dolor que siento por la pérdida de mi querido padre’. El padrastro sonrió y dijo: ‘o tal vez tu locura proyectada en uno de tus más profundos miedos’. Yo pregunte: ‘¿miedos? Yo no te tenía miedo padre, yo te admiraba, yo te que