En una oscura y lluviosa tarde de otoño, la familia Delacroix se instaló en su nueva residencia, una antigua mansión victoriana situada en las afueras de un pequeño pueblo. La casa había permanecido deshabitada durante décadas, y su estructura gótica, con torres afiladas y ventanas en forma de arco, inspiraba tanto fascinación como inquietud.
La familia estaba compuesta por el padre, Edward, un académico obsesionado con la historia antigua; su esposa, Margaret, una mujer de espíritu vivaz y amable; y sus dos hijas, Isabelle y Sophie. La más pequeña, Sophie, de tan solo ocho años, poseía una imaginación desbordante y una inclinación natural hacia lo misterioso.
Mientras exploraban su nuevo hogar, Sophie descubrió una habitación oculta en el ático, cubierta de polvo y llena de objetos olvidados. Entre ellos, encontró una antigua muñeca de porcelana, con ojos azules brillantes y una expresión casi humana. Fascinada por el hallazgo, Sophie decidió llevar la muñeca a su habitación.
Esa noche, mientras todos dormían, Sophie escuchó un susurro suave y distante. Al abrir los ojos, vio que la muñeca, sentada en su mesita de noche, la observaba fijamente. La voz, delicada y perturbadora, provenía de la muñeca.
"Sophie... juega conmigo..."
Al principio, la niña pensó que estaba soñando, pero las noches siguientes, la voz se hizo más insistente y clara. La muñeca, que se hacía llamar Annabelle, le hablaba sobre tiempos antiguos y lugares lejanos, y le contaba historias de una vida pasada.
A medida que los días pasaban, Sophie comenzó a cambiar. Se volvía cada vez más retraída y pálida, y pasaba horas hablando en susurros con Annabelle. Edward, preocupado por el comportamiento de su hija, decidió investigar la historia de la muñeca. Descubrió, a través de viejos diarios y cartas olvidadas en la mansión, que Annabelle había sido una niña vivaz que vivió allí siglos atrás, hasta que una maldición oscura la convirtió en una muñeca de porcelana.
Una noche, decidido a poner fin a la influencia siniestra de la muñeca sobre su hija, Edward entró en la habitación de Sophie y arrebató a Annabelle de sus manos. La llevó al jardín y, sin dudarlo, la arrojó al fuego. La muñeca emitió un grito agudo y desgarrador, y entre las llamas, sus ojos brillaron con una intensidad sobrenatural.
"¡No! ¡Por favor, no! ¡Yo solía ser una niña de verdad! ¡Por una maldición terminé convertida en muñeca! ¡No me quemes!"
Pero Edward, decidido a proteger a su familia, no se detuvo. Las llamas consumieron la muñeca, y por un momento, pareció que todo había terminado.
Sin embargo, al regresar a la casa, encontró a Sophie en su cama, inmóvil y fría. Sus ojos, que antes eran llenos de vida, ahora estaban vacíos y sin brillo. Desesperado, Edward trató de despertarla, pero no hubo respuesta. Lentamente, bajo la tenue luz de la luna, observó horrorizado cómo la piel de Sophie se endurecía y su cuerpo se transformaba en porcelana.
Margaret, al descubrir lo sucedido, cayó en una profunda desesperación. La familia Delacroix, devastada por la pérdida y el horror, abandonó la mansión, dejando atrás los ecos de susurros y las sombras de una maldición que nunca pudo ser rota.
La casa permaneció vacía una vez más, y en una esquina oscura del ático, una nueva muñeca de porcelana con ojos tristes y vacíos esperaba, atrapada en un ciclo eterno de maldición y soledad..
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