Llevo unas cuantas semanas trabajando en la morgue local, y no fue hasta apenas ayer que tuve que incinerar un cuerpo por primera vez. Lo llevé al crematorio, lo preparé y lo coloqué en el horno. El proceso suele ser un poco tardado, así que lo dejé ahí y me fui a hacer otras actividades propias del lugar, después de una hora regresé para recoger las cenizas. Entré al crematorio y me detuve ante el extraño olor que llenaba mis pulmones en ese momento, aquel olor, lejos de ser extraño o desagradable, me resultaba familiar.
Pero no sabía de donde, y tampoco encontraba una explicación lógica para que un olor tan poco común me resultase tan familiar, quise pensar que, tal vez, en algún momento de mi vida, había olido algo como eso sin darme cuenta, algo que por sí mismo tenía todo el sentido del mundo, por muy escalofriante que sonase.
Los días siguientes traté de olvidarme de todo, de ignorarlo, pero me era imposible trabajando en un lugar como ese, cada vez que me ocupaba del crematorio, cada vez que aquel olor invadía mi nariz, no podía evitar pensar en lo increíblemente familiar que me parecía, es como cuando ves un rostro por la calle o por la televisión, un rostro del que estás seguro que ya habías visto antes, pero no recuerdas dónde y pasas los días tratando de recordar de dónde conoces aquella cara, es una sensación similar, pero mucho más fuerte, simplemente me estaba volviendo loco.
Tiempo después, decidí mudarme y cambiar de trabajo, los motivos fueron muchos, pero entre ellos estaba aquel olor, y una casa que mi abuela me había heredado luego de fallecer, quería establecerme en un lugar fijo, y así ordenar un poco más mi vida y olvidar lo sucedido, la casa no era realmente grande, pero tenía el suficiente espacio para albergar a una familia pequeña, dos pisos eran más que suficientes para mí.
Remodelé la casa para hacerla más acogedora, me deshice de los viejos muebles de la abuela, repinté algunas paredes, y limpié cada rincón posible de la casa. Hace años que no visitaba aquel lugar, por lo que estar ahí me trajo un montón de recuerdos, uno de ellos era el sótano, el cual no recordaba que existía.
Así que ahí estaba yo, unos años después, frente a esa vieja y descuidada puerta de madera que conducía al sótano. Tomé la perilla y la abrí lentamente, esperando que de la oscuridad salieran muchos más recuerdos que estaban ocultos dentro de mi cabeza, pero en su lugar, mi nariz y mis pulmones se llenaron con un olor que me resultaba extrañamente familiar.
Una enorme sonrisa apareció en mi rostro, finalmente había recordado todo. La carne que preparaba la abuela, en cada reunión familiar, era sin duda la más rica que había comido y olido en toda mi vida.
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