En un rincón oscuro de la tienda de antigüedades, la muñeca de porcelana yacía en silencio.
Su rostro, pintado con delicadeza, tenía una sonrisa perpetua que parecía ocultar secretos insondables. Los ojos de cristal parecían seguirte a medida que te movías por la habitación.
Nadie sabía de dónde venía la muñeca. Algunos decían que había pertenecido a una niña que había muerto trágicamente en un incendio. Otros afirmaban que era un regalo maldito de una bruja vengativa. Pero todos coincidían en una cosa: la muñeca tenía algo extraño.
La dueña de la tienda, la anciana señora Martínez, advertía a los clientes que no la compraran. “Es peligrosa”, susurraba.
- “Trae desgracia a quienes la poseen”. -
Pero algunos eran demasiado curiosos o codiciosos para escucharla.
Una joven llamada Elena se sintió atraída por la muñeca. Su piel de porcelana parecía tan frágil, y sus cabellos rubios estaban trenzados con cintas de seda. Elena la compró y la llevó a su pequeño apartamento.
Al principio, todo parecía normal. Pero pronto, las cosas cambiaron. Por las noches, Elena escuchaba risas suaves que venían de la habitación de la muñeca.
A veces, encontraba la muñeca en lugares diferentes de donde la había dejado. Y sus sueños se llenaron de imágenes perturbadoras: la muñeca moviéndose sola, sus ojos brillando en la oscuridad.
Una noche, Elena se despertó sobresaltada. La muñeca estaba en su cama, mirándola fijamente. Sus ojos habían cambiado; ahora eran rojos y ardientes. La muñeca habló con una voz sibilante:
-“Elena, has liberado mi espíritu. Ahora, serás mi anfitriona”.-
El terror se apoderó de Elena mientras la muñeca se aferraba a su cuerpo. Su mente se nubló, y sus acciones ya no eran suyas. La muñeca la obligaba a hacer cosas horribles: romper espejos, quemar fotografías y hablar en lenguas desconocidas.
Los vecinos comenzaron a sospechar. Elena se volvió pálida y delgada, y sus ojos brillaban con una luz antinatural. La muñeca la controlaba por completo. Nadie se atrevía a entrar en su apartamento, temiendo lo que encontrarían.
Una noche, la muñeca le susurró a Elena:
-“Es hora de que me liberes”.-
Elena, desesperada por recuperar su vida, buscó respuestas. Descubrió que la muñeca estaba poseída por el espíritu de una bruja que había sido condenada por sus crímenes.
Con un cuchillo en la mano, Elena se enfrentó a la muñeca.
- “¡Libérame!”,-
by gritó. Pero la muñeca no se rendiría tan fácilmente. Lucharon en una danza macabra, hasta que Elena logró romper la cabeza de porcelana. La muñeca se desmoronó en pedazos, y el espíritu desapareció.
Elena nunca se recuperó por completo. A veces, todavía escucha risas en la oscuridad y siente la presencia de la muñeca. Pero al menos está libre
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