—¿𝐌𝐚𝐦á, 𝐩𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐡𝐚𝐜𝐞 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐟𝐫í𝐨? —me pregunta Javier, su vocecita apenas es susurro. Mis brazos los envuelven, y aun así sé que no basta. Su piel, tan frágil, se siente helada contra la mía. —Es solo el invierno, mi amor. Pronto pasará, —le digo, sintiendo la mentira en cada palabra. No tengo fuerzas para buscar consuelo en la verdad, no cuando el hambre y el frío nos han cercado. Y, aunque intento mantener la calma, me consume la desesperación de no poder protegerlos. Hoy busqué en el campo algo que los alimente, algo que los mantenga vivos un día más, pero la nieve ha enterrado todo. Mis manos vacías son el reflejo de mi impotencia, y mi pecho se siente hueco, como si el frío hubiera cavado un vacío en mí. —¿Nos contarás otra historia, mamá? —me pide Ximena, su voz apenas un eco, casi un ruego. Trago con dificultad y asiento. Si esto va a ser lo último que escuchen de mí, será una historia hermosa, una que puedan llevarse a donde sea que vayan. —Claro,...